jueves, 25 de septiembre de 2008

MIGRACION

Dedicado a la presencia de Esther María Osses y su Casa azul

Cuando los pájaros llegaron, la ciudad estaba distraída. Las bandas de plumíferos rasgaban el cielo en zigzag frenético. Hacían pausas en los parques y en los charcos. Buscaban casa por casa, de puerta en puerta.
La gran mancha iridiscente venía de pueblo en pueblo. Se detenía al caer la noche y levantaba el vuelo con la primera luz.
Atrás quedaban los ríos envenenados, la dictadura del sol sobre la tierra yerma.
La travesía resultaba penosa, y las bajas estampaban su rúbrica de sangre en el camino. Otras aves, alcanzadas por la miríada, como si se tratara de un acuerdo tácito, se incorporaban a la empresa.
Siete días hicieron falta, para que el cielo se ahogara en un revoloteo de plumas, y fue cuando el nubarrón de cantos, de gorgeos y de graznidos llegó a la ciudad, que cundió la alarma.
Oleadas frenéticas se estrellaban contra las casas. La avidez por penetrarlas era evidente. Hombres, mujeres y niños se cubrían los oídos, mientras miraban estupefactos el tsunami alado.
El tornado ovíparo se detuvo en la Casa Azul, y allí, sobre puertas, balcones, paredes, ventanas mesas, camas, estantes, sillas, y otros muebles dispusieron sus nido.

1 comentario:

Kafda Vergara dijo...

Sí, uno de esos momentos privilegiados que suelen ocurrir en la casa azul. Un lugar inigualable en Panamá.

Las golondrinas ya se están posando en los cables elécricos. Cuando era chica recuerdo que se enegrecía el cielo de tantas que habían.

Ojalá este año no lleguen tarde las mariposas.

Saludos Héctor y no detengas el vuelo.