sábado, 26 de abril de 2008

¿Escribir para qué?

Este texto de Leopoldo de Quevedo y Monroy anda circulando... Aquí se los dejo para que siga la fiesta.

…“si no respondes, no hay poema” Enrique Buenaventura.

Escribir, esa magia de herir con o sin sangre el papel, la roca o el árbol para dejar un rastro, hoy me ha soplado en el oído unas verdades. De niño escribí en el aire sin escrúpulo risas y burlas a otros niños con unos círculos de agua salada salida de mi vientre. No sabía leer ni conocía las letras, pero mi organismo se expresaba alegremente con mi pene hecho carcajada de cascada. Fue mi primer intento de salir de mi mudez ya casi proverbial. Aprendí a luego a charlar con fluidez sólo con el viento y con una pantalla blanca de plasma o de papel. ¿Que para qué escribo y para quien?, hoy me preguntan las letras inquietas que pasan por mi mente. Se agolpan a mi paso, se revuelven entre las sábanas, me asaltan en la ducha, me elevan hasta la nube y se esconden en el filo de un cuchillo cuando hago el jugo de naranja en la mañana. ¿-Que vas a hacer ahora que prendes el equipo y buscas en “inicio” documentos o se asoma la punta en el bolígrafo? Tengo en mi inventario un interrogante que aspira a tener nombre y cuerpo. Todavía no he pensado a quienes voy a dirigirme. O si será una lección o un sarcasmo o un lamento social o un divertimento. O simplemente un rebuzno de fauno para darle un gustico al cuerpo. ¿Lo mandaré a una revista o a un amigo que me anime a publicarlo? Porque cuando escribo sé que no lo hago por masoquismo o simple perdedera de tiempo o por sacarme del la piel un escozor. Escribir es ejercer el supremo don de crear, de fabular mundos, seres, fantasmas que aniden luego en otras mentes y se conviertan en carne de su cerebro. Es tomar el cetro del poder y hablar como lo hicieron profetas, inventores y poetas. El escritor es rey, testigo de juicios, sonda con lengua larga y manos que hurgan hasta el fondo, es oráculo con ojos de ganso y canto de sirena tras la ola. Es termómetro de fiebres sin remedio, faro de náufragos en lágrimas, médico sin título que cura con hojas de manzana, flores de mirto y mandrágoras viscosas… Soy conciente del oficio de partero que he escogido. Doy a luz y hago parir con mis vagidos y mis gritos a muchos hombres y mujeres que se alegran o se mofan de mis hijos. No me arrepiento de ser hermafrodita de las letras. Tengo un universo que espera el esperpento o el fenómeno que salga como mochuelo a trinar su vozarrón de las teclas que dan forma a lo que escribo. Un mundo de dos o tres amig@s que abren el mail y se alarman o se ríen o me piden que los borre de la lista. Hasta aquí llega su estupor, su júbilo o la rabia que les causa. El elemento traslúcido en los aires me dice que el mensaje produjo el efecto que esperaba. Una respuesta a lo escrito. Eso es lo que ansía quien pasa horas en la máquina y da vueltas al tornillo del lenguaje. Nadie escribe para calmar su apetito narcisofágico. La escritura, sin duda, es un aparato que necesita el eco de sus ruidos para seguir viviendo. Las letras del idioma pueden irse ahora a dormir tranquilas después de haber tomado el té conmigo . Cuando las necesite les sacudo las cobija, les abro las pestañas y, como dios del Olimpo, les daré la orden de despiyamarse, ponerse en fila y cargar la piedra del escándalo o la joya verde que se encuentra prendida de las ramas de los árboles. Ellas obedecerán mi mano y con gusto se dirigirán hasta el jardín de las fantasías a brindar su ajenjo o su néctar a los lectores. Yo, en mi soledad nocturna o en la mitad del griterío, me alegraré de tener unas hijas, cómplices de mi desvarío y saludaré con una sonrisa el nuevo parto que sale con sangre elevando su garganta de mis dedos. Hasta ustedes llegue mi legado de insanias y de remiendos.